Luis Alberto de Cuenca
El mundo perdido de los Oparvorulos de Enrique Cavestany, Enrius, se expuso por primera vez en 2004 en Madrid. Repitió suerte en Cuenca en 2007 y ahora se presenta, en tercera edición, en el Museo de Albacete y en 2018, segundo centenario de la edición príncipe de Frankenstein o El moderno Prometeo, la novela inmortal de Mary Shelley. No es ociosa la mención a esa novela, porque Enrius, como el Dr. Frankenstein, ha creado vida de donde no la había.
De su sentido del humor, de su portentosa imaginación, de su formidable pulso de dibujante y de su innata capacidad para inventar universos paralelos al nuestro surgió este universo de los Oparvorulos, con todo lo que puede uno sacarse de la manga para crear un universo, que es muchísimo en el caso de Enrius. Imagínense ustedes el rigor con que Tolkien se sacó de su manga, tan oxoniense, el universo de la Tierra Media, que ahora circula por nuestras mentes como algo conocido y familiar, por más que no se localice en los atlas geográficos al uso. Pues algo parecido ocurre con esta Península de Burelandia de Enrius, descubierta por un selecto grupo de navegantes madrileños al mando de D. Selenio Telfeusa del Río, presente en testimonios fotográficos que se exhiben en la muestra junto a todo tipo de objetos —pinturas, esculturas, maquetas, dibujos, mapas, etc. — que dan fe de la existencia del mundo perdido de los Oparvorulos.
A través de esos objetos, y alternándolos con paneles explicativos de las expediciones de sus intrépidos descubridores, nos toparemos con el arte y la cultura de una comunidad que, sin Enrius, no habría superado los límites de lo improbable o incluso de lo inexistente, pero que, gracias a su genialidad, ha venido para quedarse en el recuerdo de todos cuantos visiten esta exposición en el Museo de Albacete. Boccato di cardinale, dije alguna vez que me parecía este juego inventivo de Enrius. Me quedé corto. Esta exhibición de ingenio y de talento a partes iguales solo puede degustarse en una mesa pontificia. Por lo menos.
De su sentido del humor, de su portentosa imaginación, de su formidable pulso de dibujante y de su innata capacidad para inventar universos paralelos al nuestro surgió este universo de los Oparvorulos, con todo lo que puede uno sacarse de la manga para crear un universo, que es muchísimo en el caso de Enrius. Imagínense ustedes el rigor con que Tolkien se sacó de su manga, tan oxoniense, el universo de la Tierra Media, que ahora circula por nuestras mentes como algo conocido y familiar, por más que no se localice en los atlas geográficos al uso. Pues algo parecido ocurre con esta Península de Burelandia de Enrius, descubierta por un selecto grupo de navegantes madrileños al mando de D. Selenio Telfeusa del Río, presente en testimonios fotográficos que se exhiben en la muestra junto a todo tipo de objetos —pinturas, esculturas, maquetas, dibujos, mapas, etc. — que dan fe de la existencia del mundo perdido de los Oparvorulos.
A través de esos objetos, y alternándolos con paneles explicativos de las expediciones de sus intrépidos descubridores, nos toparemos con el arte y la cultura de una comunidad que, sin Enrius, no habría superado los límites de lo improbable o incluso de lo inexistente, pero que, gracias a su genialidad, ha venido para quedarse en el recuerdo de todos cuantos visiten esta exposición en el Museo de Albacete. Boccato di cardinale, dije alguna vez que me parecía este juego inventivo de Enrius. Me quedé corto. Esta exhibición de ingenio y de talento a partes iguales solo puede degustarse en una mesa pontificia. Por lo menos.